En Japón existe un arte tradicional denominado kitsugi kintsukuroi, que repara objetos de cerámica rotos con un fuerte adhesivo y polvo de oro, plata o platino. La filosofía que subyace a esta técnica es la creencia de que cuando la pieza ha sufrido algún daño, eso es algo que forma parte de su historia. Repararla de esta forma supone, no solo darle una nueva vida, sino embellecerla y hacerla aún más fuerte a partir del deterioro sufrido. No se trata de ocultar los defectos y las grietas, sino de aceptarlas y utilizarlas para convertirlas en la parte más fuerte de la cerámica.

Como dice Ernesto Sábato, “al ser humano le basta el espacio de una grieta para florecer”. De igual manera que en la cerámica a través del kitsugi, el proceso de transformación que se puede producir en una persona tras la vivencia de situaciones muy adversas o incluso traumáticas puede ser asombroso. Eso es a lo que denominamos resiliencia y crecimiento postraumático, y en el día a día de las UCI es algo que podemos observar como espectadores en pacientes y familiares. Sirva para el recuerdo las experiencias ya expuestas en este blog y en las #3JHUCI de Raquel Nieto, Meritxell Naranjo, José Luis Díaz, Miguel Paz Cabanas, Esther Peinado, Carmen Prieto y Aroa López, entre otros muchos.

¿Y qué ocurre con los profesionales en las UCI? Probablemente nos resulta fácil detectar y admirar las actitudes resilientes de pacientes y familiares, pero eso es algo que también podemos aplicar a nivel personal y a la experiencia como equipo de trabajo. La buena noticia es que la resiliencia, si bien está en cierta medida determinada por variables individuales y de personalidad, es algo que se aprende y entrena, y que también se ve potenciada (o limitada) por aspectos externos como determinadas características de las condiciones y organización del trabajo.

En un reciente estudio, Vera, Rodríguez-Sánchez y Salanova han analizado la resiliencia de los equipos de trabajo para afrontar, recuperarse y ajustarse positivamente a las dificultades, encontrando que dimensiones como la eficacia colectiva (sus creencias respecto a la eficacia como equipo para la realización del trabajo), la existencia de un líder con capacidad para manejar el grupo de trabajo y afrontar los obstáculos (liderazgo transformacional), el trabajo en equipo, y el apoyo de la organización con prácticas organizacionales positivas que aporten recursos necesarios para conseguir las metas, son factores claves para la construcción de equipos resilientes, más allá de la capacidad de resiliencia de cada uno de sus miembros.

Sabemos además que el desgaste profesional, el estrés traumático secundario o la fatiga por compasión son riesgos psicosociales del trabajo en UCI que se contagian en los equipos de trabajo y que tienen que ver con el trabajo de elevada carga emocional. Su prevención y control depende de forma prioritaria de variables organizacionales, pero también del auto-cuidado del profesional y de factores que dependen del grupo. Por ejemplo, un reciente estudio de Peter Barr en enfermeras de cuatro Unidades de Cuidados Intensivos Neonatales, señala la importancia del apoyo social percibido en el equipo como factor protector (de forma directa) ante la fatiga por compasión o estrés traumático secundario. A su vez, este apoyo también es elemento moderador entre el estrés laboral y la satisfacción por compasión. Es decir, el apoyo social percibido por parte de compañeros y supervisores actúa tanto como un elemento protector de posibles consecuencias dañinas del trabajo, como potenciador del bienestar laboral.

¿Somos capaces de poner en práctica las #humantools que defendemos como propias de nuestra profesión cuando se trata de nuestros compañeros, jefes, supervisores…? Quizás en muchas ocasiones tenemos asumido como parte de nuestro rol profesional la atención humanizada al usuario de nuestro cuidado, pero no siempre respecto al que realiza ese mismo trabajo junto a nosotros. La correcta y clara definición de funciones, la organización del trabajo y las competencias técnicas, no son suficientes sin una adecuada cohesión grupal, una buena regulación de las emociones (propias y ajenas) e importantes dosis de comunicación fluida y empática. La fortaleza del equipo UCI y su resiliencia se pone a prueba técnica y emocionalmente cada día ante situaciones adversas de elevada carga emocional y ante el inevitable conflicto que siempre existe en un grupo de trabajo.

El camino de la resiliencia no es fácil, y no debemos cometer el error de intentar hacer ver al otro, de forma prematura, la meta del crecimiento personal, ya sean pacientes familiares o compañeros. Se trata de un camino largo y propio que solo puede empezar por la aceptación de la situación y la pérdida. El optimismo (realista) y la esperanza que cubrirán las grietas del dolor se deben “cocinar a fuego lento”, y en los equipos UCI, eso incluye cuidar del compañero de al lado.

Con ello, conseguiremos equipos con “cicatrices” pero aún más fuertes.

Por Macarena Gálvez